Recapitulo a grandes rasgos lo que sucedió durante el año 2020: un individuo de 35 años de edad, del sexo masculino, viaja a la ciudad de Bérgamo, Italia, y trae al país la cepa del retrovirus – conocido como COVID-19 o SARS-COV-2–; se registra como primer caso, el 28 de febrero; el 13 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) declara la situación como pandemia, es decir, una epidemia que afecta a la totalidad de los países del planeta. Para entonces, ya se diagnostica el primer caso en el país con prueba PCR, y se establece la medida de SANA DISTANCIA.
A la fecha, en nuestro país tenemos más de un millón quinientos mil contagiados, y más de ciento cincuenta mil defunciones; en el mundo más de cien millones de contagios, y un total de más de dos millones de defunciones. Este virus no tiene tratamiento específico, es de alta contagiosidad y su mortalidad mundial alcanza un 5%, con casos recuperados en aproximadamente 70%, hasta el momento actual.
Desde que la Ciudad de México, a finales de diciembre, está en semáforo rojo, con ocupación hospitalaria del 90%, y con una mayor cantidad de nuevos casos, todos hemos experimentado una gran incertidumbre y miedo a ser contagiados, y tener posibilidades de morir, sobre todo porque hemos sabido de casos de familiares o de amigos cercanos. La pregunta que surge ante el miedo y la incertidumbre es: ¿qué debemos hacer para detener esto, tan catastrófico?
Permítanme explicar lo siguiente, cuando uno ha tenido oportunidad de estudiar Filosofía, se da cuenta de lo que ésta enseña, que abarca la totalidad de las cosas que estudia. Actualmente uno de los problemas que tiene la medicina tradicional o hegemónica, es que al estudiar a un enfermo, lo fragmenta y divide en partes, y cada uno de sus miembros se dedica a ser especialista en cada una de las partes fragmentadas del ser humano. Existe mucho conocimiento de lo que se estudió, de tal forma que cada especialista se dedica a estudiar y medicar al órgano que, según él, está afectado, y nadie se encarga de estudiar al enfermo en su totalidad, así que los enfermos tienen a cargo de sus malestares a varios médicos, y tienen diversos tratamiento especificados por cada uno de ellos. Nadie trata de integrar cada una de las partes y ver al enfermo como un todo, y si el paciente tiene un problema emocional o psicológico, generalmente esto no importa, y ni siquiera se sospecha que esto podría ser el origen de la enfermedad que aqueja al paciente.
Un paciente ansioso, con miedo a enfermar, irritable, hipersensible a su entorno, desconfiado, obeso, que desarrolla hipertensión, será tratado con medicamentos que tiendan a bajar la cifra tensional, y será tratado sólo en esa parte que “está afectada”; es tratado parcialmente, nunca contemplado desde la totalidad. Posteriormente se afectará su corazón, y más tardíamente sus riñones, y en cada afección orgánica intervendrá diferente un médico especialista, y tendrá diversos medicamentos.
El problema actual de la pandemia, que a todos nos afecta, y que a todos nos involucra, debe ser contemplado desde una totalidad. Cierto es que la especie humana está en peligro. Sabemos, por datos que contempla la historia, que desde antes de Cristo han habido poblaciones que han sido atacadas por enfermedades endémicas, como la peste o el tifo, la cólera, la escarlatina, etc., y como en el caso de los mexicas, en el siglo XVI, por la viruela; o en el que a principios del siglo XX, se sufrió la mal llamada influenza española, originada en el estado de Kansas, en los Estados Unidos de América. Sin embargo, esta enfermedad por COVID-19 se extendió en forma rápida por su alta contagiosidad, y por el gran número de viajes internacionales que ocurren diariamente, lo que facilitó su dispersión mundial –aunado a su alto nivel de contagio, que es fundamentalmente de humano a humano–. El virus nos necesita para seguir vivo.
A cada uno de los que conformamos la sociedad nos toca un diferente papel a desempeñar, contemplando que si yo me cuido, estoy cuidando a los demás, evito contagios, saturación de pruebas, hospitales, medicamentos, etc.; que el gobierno debe hacer su papel fundamental de informar, organizar y atender la salud pública, con todas las medidas a su alcance, haciendo uso de todos los especialistas que colaborarán, cada uno en su campo científico, para contribuir al bien de todos; pero nosotros debemos fundamentalmente colaborar para evitar que se disperse la enfermedad, no automedicarnos y/o recetar a amigos y familiares, no esperar que la equinácea o el jengibre aumenten el sistema inmunológico, que en estado de salud está actuando diariamente para no enfermar y a no favorecer el alto número de contagios, y de casos ahora entre las familias, producto del buen fin, de las reuniones de fin de año, de las compras navideñas, de día de reyes, etc.
Los biólogos y genetistas harán su trabajo de aislar el tipo de virus que será conveniente para hacer una vacuna segura, certera y eficaz, además de no ser dañina para la salud, y tipificarán las variantes que nos estén contagiando; los investigadores químicos y farmacobiólogos tratarán de encontrar el medicamento adecuado contra este patógeno, que hoy es multitratado sin evidencia científica de efectividad. Solo así será posible terminar esta pesadilla. Los epidemiólogos nos darán los datos diarios del avance de la enfermedad, harán los estudios pertinentes para mejorar la salud pública, y nos darán los consejos técnicos suficientes para evitar contagiarnos y enfermar a otros, como nuestros padres y abuelos (nuestra historia familiar), así como nuestros amigos y conocidos.
Los maestros continuarán su gran labor pedagógica, que tiene como objetivo educar y formar mejores seres humanos, más conscientes y empáticos de su papel fundamental social con los demás. Cada quien en su labor y en su campo para hacer de este, un gran país.
Así como en estado de salud, el ser humano funciona y actúa en armonía en todas y cada una de sus células, interactuando en emociones, funciones, acciones, deseos, pulsiones, etc., es que debemos actuar en sociedad todos y cada uno, colaborando con efectividad, disposición y amor hacia los otros, para tener una mejor sociedad y estar todos en paz y armonía.
El fin de esta pandemia solo será posible con conciencia del peligro, evitando contagios, cuidándonos, fortaleciendo las medidas de higiene, seguridad, sana distancia, llevando una alimentación más sana y adecuada, de acuerdo a nuestra edad y necesidades. Cuando aparezca el antiviral adecuado para este germen, cuidando nuestra salud, atendiendo indicaciones de médicos expertos, comprometidos y atentos al sufrimiento de sus enfermos; y cuando las sociedades aspiren a tener un entorno más sano y adecuado para cualquier humano; cuando importe más lo humano que el mercado o las ganancias.
Como hace la Filosofía, que dice: “Todo lo humano me concierne”.
Solo, todos juntos.
DR. MANUEL EDUARDO JAIME CALDERÓN
MÉDICO PEDIATRA y MÉDICO HOMEÓPATA
Presidente Mazaryk, 134-201 Col. Polanco
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