En este espacio quiero compartirles algunas de las ideas que me parecieron más importantes del artículo: Cómo es que la IVY League quebró a Estados Unidos –La meritocracia no funciona. Necesitamos algo nuevo–, por David Brooks, dentro de la revista A The Atlantic, de diciembre de 2024, quien hace un análisis sobre el péndulo en los paradigmas de la educación, el valor que se le ha dado a las calificaciones y, finalmente, lo que él considera que realmente necesita nuestro mundo.
La motivación para presentarles a continuación, un breve resumen, es porque encuentro un gran valor en las conclusiones a las que el autor llega, y en las que no puedo dejar de ver reflejada la propuesta de María Montessori.
David Brooks inicia explicando la forma en la que se han desempeñado las universidades más prestigiosas de ese país, como Harvard, Yale y Princeton (pertenecientes a la llamada IVY League por la enredadera típica que cubre sus clásicos muros de ladrillo).
En su artículo, David Brooks nos platica cómo es que en los clubes de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos (Harvard, Yale y Princeton) se hacían las relaciones públicas indispensables para acceder, posteriormente, a altos puestos en las empresas más importantes e, incluso, a cargos políticos de gran envergadura, desde finales del S. XIX y hasta los años 50’s, en donde sus aspirantes debían considerarse hombres de buena cuna, entendiendo por esto ser un WASP, que por sus siglas en inglés (White AngloSaxon Protestant), se refiere a ser blanco, anglosajón y protestante, hasta que James Connat, quien fuera presidente de Harvard de 1933 a 1953, se propuso eliminar esos criterios de admisión para reemplazarlos por la capacidad intelectual de sus aspirantes, sosteniendo que el rasgo humano más elevado es la inteligencia y que ésta se muestra a través del logro académico.
Al igual que sus compañeros, Connat se rigió por el supuesto común de la época, en el que la inteligencia podía medirse a través de pruebas estandarizadas y por la habilidad de tener buenos resultados en la escuela de los 15 a los 18 años.
A pesar de su nueva perspectiva, no hubo grandes cambios, sino hasta finales de los años 60’s, cuando las familias empezaron a ocuparse en “producir” el tipo de hijos que pudieran ingresar a universidades selectivas. Con el tiempo, se dieron básicamente dos corrientes de crianza: “natural growth” y “concerted cultivation”. Se trata en el primer caso de dejar a los niños, ser simplemente niños, y permitirles deambular y explorar y, en el segundo, de tener a los hijos en actividades supervisadas y seleccionadas para mejorar su currículum.
A raíz de lo anterior, el paradigma de la educación primaria, secundaria y preparatoria también se transformó, sacrificando áreas artísticas y recreativas para aplicar pruebas estandarizadas y sustituirlas por materias avanzadas. La presión se ha acrecentado de tal forma que, antes de concluir la primaria, los niños están conscientes de cómo los ve la sociedad y qué espera de ellos, lo que eventualmente los lleva a abandonar sus estudios y a relegarse de la sociedad.
Actualmente las universidades se han dado cuenta que, a mayor cantidad de rechazados, tienen mayor número de aspirantes, y si bien es cierto que en algunas el porcentaje que queda sin lugar llega a ser hasta de un 94%, contar con estudios universitarios y, sobre todo, de universidades prestigiosas, determina en gran medida la posibilidad de obtener un buen empleo.
Si bien es cierto que la meritocracia es lo que hoy impera, no se refleja en el bienestar o el sentido de bienestar de los norteamericanos, lo cual explica –en gran medida– las últimas elecciones políticas. Por otra parte, los maestros no pueden enseñar lo que aman, ni los estudiantes pueden enfocarse en las materias que les apasionan.
David Brooks enlista los seis pecados mortales de la meritocracia, de la siguiente manera:
1. El sistema sobreestima la inteligencia. “Si confías en la inteligencia como el indicador central de la capacidad, perderás el 70% de lo que quieres saber sobre una persona. También perderás algo de la humanidad de la sociedad en la que vives… las pruebas de inteligencia no miden la creatividad ni determinan la capacidad para ser eficiente, para tomar buenas decisiones, para aceptar diferentes puntos de vista e incluso para reconocer los propios errores”.
2. El éxito en la escuela no es lo mismo que el éxito en la vida. “En la escuela el éxito es individual mientras que, en la vida, la mayor parte del éxito está basada en el equipo; el éxito académico refleja más la persistencia, la autodisciplina y la obediencia, y poco sobre sobre la inteligencia emocional, las habilidades sociales, la pasión, el liderazgo, la creatividad y el valor”.
3. El juego está amañado. “Se invierte tanto en educación, actividades y clases extracurriculares para lograr ser el mejor que, al final, vuelve a ser un privilegio de clases y no solo una meritocracia”.
4. La meritocracia ha creado un sistema de castas. “Las encuestas revelan que, la mayor brecha entre quienes alcanzan grados universitarios o mayores, a los que no, es social. Como en todas las sociedades de castas, las desigualdades implican desigualdades, no solo de riqueza, sino también de estatus y respeto”.
5. La meritocracia ha dañado la psique de la élite norteamericana. “Ya sea que los jóvenes abandonen sus estudios, abrumados por la presión o bien, que encuentren la forma de obtener buenas calificaciones, por la calificación misma, dejando a un lado el significado y el propósito de su vida”.
6. La meritocracia ha provocado una reacción populista que está destrozando a la sociedad. “Dondequiera que la economía de la era de la información inunda de dinero y poder a las élites urbanas educadas, han surgido líderes populistas para movilizar a los menos educados… Cuando una sociedad está más dividida por la educación, la política se convierte en una guerra de valores y cultura”.
Brooks se preguntó entonces, cómo reemplazar la actual meritocracia, siendo que la respuesta no es tan simple como lograr que todos los alumnos sean tratados con equidad, o que las escuelas tengan los mismos recursos. Él considera que lo que hace a una sociedad saludable son las relaciones respetuosas entre las distintas élites. El reto no es terminar con la meritocracia, sino humanizarla y mejorarla.
Es preciso encontrar la manera de una verdadera integración en las aulas, de prestar atención a todo lo que la inteligencia artificial no puede ni podrá hacer, de redefinir qué es el mérito y de sobrevalorar los esquemas racionales... la vida es demasiado compleja para los métodos que cuantifican.
Brooks cita a James C. Scott para explicar lo absurdo de considerar a un bosque solo por el número de sus árboles, cuando es gracias a la coexistencia con la maleza que pueden vivir, de la misma forma en la que no es posible considerar a una persona únicamente por las habilidades que se pueden medir, sobre todo cuando son las llamadas “habilidades blandas”, las que contribuyen a la sociedad, tales como trabajar bajo presión, la capacidad para construir relaciones sociales, ser curioso, confiable, tenaz…
Lo que diferencia a un buen maestro no es, necesariamente, la habilidad para que sus alumnos obtengan mejores calificaciones en matemáticas o lenguaje, sino aquellos que favorecen el desarrollo de las habilidades blandas.
De hecho, un estudio realizado por Mark Murphy, sobre personas que perdieron su empleo, reveló que el 11% fue por ineficiencia en su labor, mientras que el 89% fue porque tuvieron problemas derivados de su comportamiento, su temperamento, por incompatibilidad, por su baja motivación, por egoísmo… es decir, por la falta de habilidades blandas.
Más que tratar a las personas como cerebros, debemos poner más atención a lo que las motiva, qué les preocupa y cómo conducirlas para que sean buenas en ello. Leslie Valiant, una profesora de informática de Harvard, dijo que la noción de inteligencia es casi un sinsentido, y que lo más importante para el progreso de la civilización es la educabilidad, es decir, la capacidad de aprender de la experiencia.
A David Brooks le gustaría redefinir a la meritocracia bajo cuatro importantes cualidades:
1.Curiosidad: A pesar de ser una cualidad innata, la importancia que se le da al tiempo para aprender y adquirir conocimientos lleva a los niños a ir reduciendo sus preguntas hasta que, hacia los 11 años, tiende a desaparecer.
2. Un sentido de impulso y misión: Un sentido de impulso y misión. Quienes encuentran un sentido trascendental en sus vidas o una causa mayor que los impulse, siempre van hacia adelante.
3. Inteligencia social: Se trata de personas que hacen que su equipo sea más grande que sus partes, que saben tomar turnos para participar, que son resilientes, que construyen reciprocidad y que, como líderes, que saben escuchar.
4. Agilidad: La habilidad para discernir, sintetizar y anticiparse a las situaciones; la capacidad para hacer buenos juicios en tiempo real.
David Brooks reconoce que han surgido diferentes ofertas educativas que se ocupan de una reconstrucción de la meritocracia, en donde se valora la pasión y el trabajo en equipo, se realizan proyectos basados en el mundo real, se escuchan unos a otros para retroalimentarse y aprender mutuamente. Espacios en donde el error cultiva la resiliencia, la persistencia y un entendimiento más profundo, y en donde los estudiantes experimentan la maestría y la autoconfianza como logros intangibles. Escuelas en donde pesa más la descripción del alumno, sus intereses, fortaleza y áreas de oportunidad, que las notas estandarizadas.
Joseph Fishkin, egresado de la UCLA (Universidad de California de Los Angeles) argumenta que necesitamos rehacer la estructura de oportunidades a través de nuevos canales que le permitan al estudiante caminar hacia su objetivo y para ello hay que ofrecerle mayores opciones. Las escuelas necesitan preparar generaciones que construyan cosas, no solo que piensen cosas.
Como corolario, Brooks enfatiza que deseamos una sociedad conducida por gente inteligente, sí, pero también sabia, perceptiva, curiosa, cariñosa, resiliente y comprometida con el bien común; habilidades que se pueden educar para lograr una movilidad social más justa; una meritocracia que ayude a cada persona a identificar, nutrir y perseguir la pasión dominante de su alma.