La palabra “empatía” siempre viene asociada con algo positivo, pero ¿por qué?, ¿es algo que nos hace ser más valiosos, o simplemente “ser bueno” es algo deseable?
Podemos hablar de la empatía desde distintos ángulos para que cada uno formemos nuestro propio criterio. Comencemos por compartir la definición de la Real Academia Española, que nos dice que la empatía es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo del otro; que es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos, en tanto que, para la psicología del desarrollo, la empatía es la habilidad inconsciente y automática para responder a las emociones de los demás.
Estas acepciones están relacionadas con el desarrollo de la conciencia del yo, por lo que, como concepto, la palabra “empatía” es tan reciente como el surgimiento de la psicología (estudio de los procesos mentales) y la etología (estudio del comportamiento de las especies animales en su ambiente natural - incluido el ser humano).
Fisiológicamente, la empatía tiene su origen en las neuronas Cubelli, mejor conocidas como neuronas espejo, que son una especie de red invisible que permite que aprendamos unos de otros, a través de la representación mental que hace nuestro cerebro, producto de la experiencia de nuestros sentidos, sobre todo, de lo que observamos y escuchamos.
Estas neuronas son responsables de los reflejos imitativos que tenemos desde el nacimiento hasta nuestra muerte, y tienen un papel fundamental en el sistema límbico –en el cerebro–, encargado de la regulación de emociones, de la memoria, del aprendizaje, de la motivación y del comportamiento.
Es decir, por una parte, las células espejo nos permiten aprender –tanto cuando realizamos una acción como cuando observamos a alguien haciéndola– y, por otra, nos permiten desarrollar la empatía, contribuyendo así a la formación de relaciones saludables, conductas prosociales y a una mayor conciencia emocional. Lo anterior explica, no solo cómo es que podemos aprender a hacer algo con el simple hecho de observar con atención, porqué de pronto nos contagiamos de la risa, del llanto, de la alegría, de la tristeza o incluso de un bostezo, sino cómo es que podemos comprender lo que sienten los demás, identificarnos y conectarnos. Se ha clasificado a la empatía en 3 tipos:
- Cognitiva
- Emocional
- Compasiva
COGNITIVA Es la capacidad de entender, conceptualizar y predecir cómo piensan y sienten los demás, y se puede expresar, por ejemplo, a través del respeto hacia distintos puntos de vista en una conversación, tomando una postura objetiva ante un problema, adecuando nuestras expectativas en relación a otra persona, etc.
EMOCIONAL Es la capacidad de sentir las emociones de otros, como propias. Nos permite conectarnos con los demás y, además de ser fundamental para la supervivencia, es la base de la compasión. Este tipo de empatía la experimentamos cuando compartimos la tristeza o el dolor de otra persona.
COMPASIVA Es la capacidad de pasar al siguiente nivel y va mucho más allá de entender y compartir el pensamiento y el sentir de los demás, ya que lleva al deseo genuino de responder a sus necesidades para aliviar o prevenir su sufrimiento. Se puede expresar a través de la escucha activa, del apoyo emocional, de la solidaridad y la ayuda práctica, a través de un gesto, una acción, un acompañamiento sincero, una palabra de aliento, etc.
La empatía es tanto un valor como una virtud; es un valor si se le ve como una cualidad o una creencia del deber ser, y es una virtud porque puede desarrollarse a través de la existencia, favoreciendo la construcción de relaciones saludables y, a mayor escala, una sociedad más compasiva.
Una persona empática es sensible y solidaria; es capaz de construir relaciones positivas; puede comprender a mayor profundidad porque es capaz de escuchar activamente, con respeto y tolerancia; es capaz de comunicarse efectivamente y muestra mayor inteligencia emocional para gestionar sus emociones y las de los demás; es más resiliente ante los cambios y desarrolla su creatividad a través de la búsqueda de soluciones innovadoras.
En contraparte, las personas con tendencias alexitímicas tienen dificultades para identificar, reconocer y nombrar, tanto emociones y sentimientos personales como en los demás, y se puede reflejar en un vocabulario emocional empobrecido y en una falta de empatía. La buena noticia es que, como padres/madres y docentes, podemos hacer uso de las neuronas espejo para ofrecerles un buen modelaje con nuestras propias acciones, podemos utilizar la técnica del espejo que consiste en imitar los gestos de nuestro interlocutor como medio de generar confianza para hacerlos sentir más cómodos y favorecer la conexión, podemos ofrecerles una mayor variedad de vocabulario para que identifiquen sus sentimientos y emociones, así como involucrarlos en acciones sociales encaminadas a aliviar el dolor y el sufrimiento de otros seres (como lo hacemos con el Albergue San Cristóbal, a través de Misión Patacán).
Algunas sugerencias que podemos tener presentes para favorecer la empatía en nuestro entorno y, particularmente con los niños, son:
- Escucharlos activamente.
- Evitar juzgarlos.
- Llevarlos a pensar en el otro.
- Ser pacientes con ellos.
Los niños siempre nos tienen en el radar, así que debemos estar muy atentos de lo que decimos a través de nuestras palabras y nuestros gestos y, sobre todo, de nuestras acciones.