“No importa lo que hagas… te vas a equivocar”.
Esta era una frase recurrente de Silvia Singh, entrenadora AMI de Comunidad Infantil y con quien tuve el privilegio de formarme. A este entrenamiento, particularmente, no solo participamos personas que queríamos ejercer como Guías Montessori, sino también muchas mamás que querían estar bien informadas y capacitadas para ser la mejor versión posible en su tarea de crianza.
Mamás preocupadas en conocer a profundidad el desarrollo del niño para poder ofrecerles lo mejor a sus hijos, para tomar las mejores decisiones en el camino y actuar con sabiduría y justicia.
Por otra parte, justo el 6 de mayo tuve el honor de contar con la presencia de Coral Ruiz en el programa de Montessori de la Condesa Radio; una mirada al cambio, con quien abordamos el tema: “del error a la autocorrección”. Coral es entrenadora AMI de Casa de los Niños y, en esta ocasión, quisimos abordar este tema a través del cual, todos aprendemos.
Y es que, en nuestra labor como docente, madre, padre, adulto responsable, como en nuestra propia persona, resulta inevitable errar, como también resulta natural buscar la perfección.
El error forma parte del aprendizaje y, con esto, me refiero a aprendizajes académicos y sociales, así como al desarrollo de habilidades emocionales, de razonamiento y ejecutivas. La escuela y la casa deben ser para nuestros niños, laboratorios en los que puedan permitirse equivocarse para obtener nueva información y poder tener avances que les den la confianza de seguir intentándolo. Fuera de estos dos espacios el mundo comienza a hacerse más grande, y nos convertimos en individuos que debemos alinearnos a normas y expectativas generalizadas.
Fallar en un examen no es más que un instrumento que nos indica en dónde debemos prepararnos más; fallar en una decisión nos ayuda a pensar más para predecir las posibles consecuencias y a tomar mejores elecciones en un futuro; fallar en una relación nos lleva a revisar cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo nos perciben los demás, cómo permitimos que otros nos afecten y qué acciones pueden lastimar a los demás. Éstos y muchos otros aspectos nos permiten trabajar con nosotros mismos, pero como los adultos a cargo, nos llevan a ser respetuosos con los procesos de quienes están bajo nuestro cuidado.
Enfoquémonos en lo que corresponde a la crianza, es decir, en lo que compete a la educación que modelamos padres y madres, en donde lo más claro que tenemos es que buscamos que nuestros hijos sean felices y, queriendo decir por ello: sanos, exitosos, queridos, plenos, seguros… y para ello nos avocamos a darles todo lo que esté a nuestro alcance, a la vez que les evitamos todo lo que pensemos, pueda empañar su sonrisa y su alegría, cuando es justo la experiencia propia sobre lo que hacemos con el error, lo que nos lleva a construir lo que realmente necesitamos para acercarnos al hito de la felicidad.
Pues todo aquello que logren hacer por sí mismos, cuando sean ellos quienes tomen sus decisiones de vida, cuando tengan que cargar con la responsabilidad de sus decisiones, cuando nosotros ya no estemos o no podamos “salvarlos” ni ayudarles.
La vida misma nos proporciona las ocasiones para ir construyendo estas herramientas, dentro de las que podemos mencionar: independencia, autorregulación, tolerancia a la frustración, empatía, colaboración/trabajo en equipo, generosidad y gratitud.
Y es aquí justo donde viene la frase de mi querida entrenadora: “No importa lo que hagas, te vas a equivocar”, porque de eso están hechos la maternidad y la paternidad; una tarea titánica en la que pendulamos con frecuencia entre la exigencia y la sobreprotección, mientras intentamos hacer malabares para estar en el punto medio para permitir un equilibrio en la balanza de lo que nos toca hacer (a nosotros) y lo que les toca hacer a nuestros hijos.
En la escuela se enfrentarán con éxitos y fracasos, con días luminosos y divertidos y otros que no lo serán tanto; con compañeros que hoy son los mejores amigos y que otro día les dirán que no quieren jugar con ellos y, aunque se nos arrugue el corazón, nos ocupa permitir que hagan su mejor esfuerzo para que ellos mismos empiecen a ser parte de la solución, a veces ayudándolos a analizar y reflexionar para encontrar diferentes soluciones a una misma situación, otras, a ser pacientes para permitir que el tiempo les ayude a tener más claridad y puedan aprender de los “fracasos”. La escuela ve, en el error, una gran área de oportunidad, pero debe venir acompañada de observación para saber en dónde, cuándo y cómo intervenir.
En casa también seguiremos oscilando, haciendo nuestro mejor esfuerzo para buscar el equilibrio en la balanza, para ser ese espacio de amorosa firmeza; un puerto seguro en el que puedan recargarse de energía para volver al frente, porque es bien sabido que nadie experimenta en cabeza ajena y que no podemos hacer por ellos, los procesos de desarrollo y madurez que solo la experiencia da.
Y si bien es cierto que nos vamos a equivocar como adultos, lo importante es estar atentos para que, en lo que respecta a nuestra crianza desde el hogar y a la formación desde la escuela, tratemos de estar cerca del punto medio en nuestra balanza.